Entender que el proceso de recepción está mediado, tal y como exponen los autores Mercedes Charles y Guillermo Orozco en su artículo, es concebir que este proceso está sujeto a múltiples factores, internos y externos a los propios receptores, que, de alguna manera, influyen en la forma en la que éstos reaccionan a determinados mensajes mediáticos. Desde la perspectiva de la Educación para los medios, se parte de la idea de que el proceso de recepción no se limita a la relación que se establece entre dos entidades (pongamos por caso, un medio emisor como la televisión y un sujeto receptor como nosotros delante de la pantalla), sino que atañe también a un gran número de condicionantes, incluso previos al propio proceso de recepción, que incidirán en el resultado de la elaboración de los mensajes por parte del sujeto. Tanto las herramientas tecnológicas como las psicológicas median en gran parte la actividad, pero, tal y como veremos en la siguiente descripción, existen otros agentes intervinientes que hay que tener en cuenta:
-Mediación cognoscitiva.- El término cognoscitivo procede del latín cognoscere, que equivale a ‘conocer’. Por tanto, esta mediación pone el foco en los procesos mentales de los propios receptores y en analizar de qué forma asumen y transforman internamente la información proporcionada por un estímulo concreto. En esta mediación tiene relevancia todo lo relacionado con la atención, la memoria, la comprensión, la percepción, la motivación o las ideas interiorizadas por los receptores con respecto a los medios.
Por ejemplo, dentro de este campo, podríamos hablar de las diferentes formas de procesar la información (unos medios como la prensa escrita dan un mayor margen para la reflexión del receptor que otros), de qué modo los medios intentan conducir la recepción de las audiencias (por ejemplo, dando prioridad a las noticias más espectaculares o haciendo uso de otras técnicas -el ‘famoso’ “durante la publicidad les mostraremos en exclusiva unas imágenes”- para mantener enganchado a su público) o de cómo el ideario de los receptores concede, de partida, una mayor veracidad a un medio de comunicación antes que a otro (por ejemplo, el gran poder de la imagen como ‘prueba’ o ‘huella visual’ de los acontecimientos ha hecho que muchos individuos crean en la realidad que nos muestra la televisión, aunque, como hemos visto a lo largo del Máster, se trate de una construcción, muchas veces manipulada, de esa misma realidad).
En definitiva, la mediación cognoscitiva mira en el interior de las partes intervinientes en el proceso de comunicación. No hay que olvidar que, tras las pantallas, también hay seres humanos que, en función de la audiencia a la que se dirigen, presentan la información de la manera que sea más provechosa y efectiva para el medio para el que trabajan.
-Mediación institucional.- Al hablar de esta mediación, es inevitable hacer referencia a Louis Althusser y su obra Ideología y aparatos ideológicos del Estado. En ella, el pensador francés percibía a los medios de comunicación como aparatos ideológicos del Estado a través de los cuales “se nos socializa a fin de aceptar la ideología dominante” (2010:30). Junto a ellos, Althusser mencionaba, como otros posibles referentes institucionales que influyen en nuestra forma de ser y, por tanto, de ser receptores, a la iglesia, la familia o el sistema educativo.
Pues bien, la mediación institucional sería aquella que toma en consideración todos los ambientes en los que se mueve o se ha movido socialmente el individuo receptor y que, en muchas ocasiones, han colaborado en la configuración de sus ideas, creencias o comportamientos. Es por ello que interesa conocer, desde la Educación para los medios, qué poso han dejado esas instituciones en los receptores. A modo de ejemplo, podíamos aventurar que el procesamiento mental de una noticia sobre el aborto será diferente según el grado de religiosidad que manifiesten los distintos receptores. Igualmente, la educación que una familia haya proporcionado a un joven con respecto a los medios puede convertirse en un hecho decisivo en la manera en que éste asume y consume la información que le llega a través de diversas fuentes.
Como se dice en el texto de Charles y Orozco, no siempre las influencias provenientes de estas instituciones son sumativas, sino que, a veces, luchan entre sí por el interés de ‘formar’ ideológicamente a un individuo. Los autores ponen el ejemplo de la guerrilla existente entre la escuela y la televisión, dos mundos que siguen percibiéndose como antagonistas pese a los intentos de la educomunicación, pero lo mismo se podría decir de las batallas protagonizadas por la familia y los medios (hay familias que hacen un uso irreflexivo de los medios y otras que intentan guiar a sus hijos en su acercamiento a ellos) o los partidos políticos y los medios (desde la política se intenta influir en los temas que ofrecen los medios, por ejemplo en cuanto a la exposición al público de sus líderes políticos).
En resumen, siguiendo el punto de vista de la Educación para los medios, las mediaciones institucionales deben ser valoradas en el proceso de recepción dado que estas instituciones han jugado y juegan un papel importante en nuestro desarrollo sociocultural y en nuestra sensibilidad con respecto a los asuntos que conocemos.
-Mediación del entorno.- Como la propia palabra indica, esta mediación hace referencia a todas las características que rodean y definen al individuo desde una triple perspectiva: situacional, contextual y estructural.
Si la mediación cognoscitiva hacía hincapié en la estructura mental que se pone en marcha en nuestro yo interno y la institucional en los agentes sociales que en cierta forma nos modelan como sujetos, la mediación del entorno atiende más a nuestro contexto más inmediato (es decir, nuestro hogar), a nuestra forma de vivir y a nuestros rasgos identitarios originales. Así, la mediación situacional trataría de analizar cómo está configurado el espacio familiar en relación con los medios (sobre todo, con respecto a la televisión) y qué usos son los que se fomentan en un hogar determinado. Como se comentó en el último chat, unas familias pueden utilizar la televisión como un objeto para interrelacionarse y debatir sobre la sociedad (es lo que ocurre con géneros televisivos como las noticias o los programas de tertulias políticas), otras para fomentar un uso individualizado de los medios (por ejemplo, las familias que disponen de varios televisores para satisfacer los diferentes intereses de sus componentes) y también puede haber muchas otras que sólo quieran de la tele una compañía o una distracción momentánea. En resumen, el número de dispositivos o de medios que entran en una casa (pensemos por ejemplo en un padre o una madre suscritos a un periódico) y, sobre todo, la interacción que tiene lugar en torno a ellos va a ser un factor de gran importancia para determinar cómo es el proceso de recepción de un individuo y si éste está influenciado por algunas practicas compartidas o no por la familia.
En cuanto a las mediaciones contextuales, observamos que hay dos microsistemas, entendiendo por éstos los contextos más inmediatos del individuo, que intervienen en el moldeado de nuestro proceso de recepción. Me refiero a la escuela y a la familia. En mi opinión, según cómo nos eduquen en estos dos entornos, tendremos un mayor o menor capacidad para observar y analizar críticamente los mensajes con que nos bombardean los medios. Además de estos dos grandes factores, las mediaciones contextuales también aluden a otros aspectos que forman parte de nuestra identidad como nuestro lugar de origen, nuestro trabajo, nuestros hábitos, los valores que tenemos o nuestros objetivos en la vida. Como se puede apreciar, todos ellos parten de las dos grandes esferas mencionadas y de las actividades, roles y relaciones interpersonales que la persona experimenta a lo largo de su existencia y en estos escenarios dados (decimos ‘dados’ porque apenas podemos elegirlos por nosotros mismos cuando somos niños o adolescentes).
Por último, en relación con las mediaciones de entorno estructurales, hemos de decir que, según Charles y Orozco, son aquellas que provienen de las formas de diferenciación social más conocidas (la edad, la etnia, el género, la clase social…) y que, como hemos dicho antes con las anteriores, resultan decisivas en nuestra competencia como receptores. Muchas de estas características pueden tener tanto peso en nuestro modo de acercarnos al proceso de recepción que pueden llegar a imponerse a otras mediaciones como las cognoscitivas o las institucionales. Pensemos, por ejemplo, en un sujeto perteneciente a una clase social baja que no ha tenido ni la educación ni los medios necesarios para poder evaluar de forma crítica e independiente un mensaje. Del mismo modo, la edad puede presentarse como un hándicap difícil de superar cuando se trata de educar para los medios a personas mayores, independientemente de su nivel educativo o de la influencia que hayan ejercido sobre ellos otros agentes institucionales. Las limitaciones físicas o psicológicas pueden anular por sí solas cualquier otra posible mediación. Por tanto, diríamos que las mediaciones del entorno -situacionales, contextuales y estructurales- y las institucionales, y en especial las relativas a la escuela y la familia, son las que van a marcar, en buena parte y progresivamente, la destreza para la recepción que desarrollen los individuos. Como bien se decía en el artículo, “el público no nace, sino que se hace”. Es en esa múltiple interacción con las mediaciones que hemos ido comentando donde se va configurando nuestro yo como receptores.
En definitiva, una buena Educación para los Medios tendría que autoimponerse el objetivo de hacer que el individuo sea consciente de los factores que influyen en su conducta como receptor. Sólo así habremos dado el primer paso para que los receptores pasivos y acríticos empiecen a adoptar una postura distinta. La meta a largo plazo es que ellos tengan voz y voto y puedan controlar el propio proceso de comunicación a que, muchas veces y sin apenas darse cuenta de ello, están sometidos a diario.
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